En “La extinción de la artesanía mexicana” de Edgar López Jiménez, se expone que desde
el primer momento en que hubo contacto entre diferentes sociedades durante la Conquista
en América, se han venido presentando transformaciones en la producción de cultura
material de los indígenas. Algunos autores hablan de la simetría y, por ende, valorización
que se da a la producción cultural vista desde el “otro”, de allí se llama la atención de cómo
desde un principio los sectores dominantes, más que ver las artesanías como un objeto que
contiene gran valor simbólico, las terminaron viendo como simple mercancía. En su lugar,
desde la visión de los indígenas algunas fuentes han llegado a relatar desde indiferencia
hasta incluso una atribución simbólica de los objetos intercambiados por parte de los
españoles. En referencia a Marcel Mauss, este autor comenta que entre las dimensiones que
conforman al Hombre Total se encuentra, a parte de la sociológica y la biológica, la
psicológica, dimensión que llega a describir como la apropiación subjetiva de aquello que
es objetivo. Las artesanías, su valor simbólico en específico, sufren transformaciones
gracias a la forma en como es apropiada subjetivamente por individuos o por grupos que
comparten un habitus similar.
López se traslada a un tiempo más actual y comenta sobre la forma en que los gestores
culturales han acelerado la posible extinción de las artesanías y otros productos de cultura
material, pues en su labor contribuyen a reforzar discursos y disposiciones que sirven a
intereses particulares, a propósitos ideológicos y políticos de parte de sectores dominantes,
y no en pro de quienes las producen. De esta forma, se han tomado objetos de gran
contenido simbólico y se les ha despojado de ello con el fin de crear lucro, meta que parece
primar más por encima del verdadero cuidado cultural. Estos objetos se diseminan como
mercancía, por eso, atendiendo a la propuesta de Pablo Gómez, más que una preocupación
por la legitimidad y autenticidad, debemos tener es en cuenta los modos de apropiación,
pues recordando un poco a Ribeiro en su texto “Descotidianizar. Extrañamiento y
consciencia práctica”, cada grupo e individuo desarrolla una especie de proxémica que
puede derivar en extrañamiento o en familiaridad, lo cual aleja o acerca a los receptores de
los enunciantes; de acuerdo con el código cultural que habita en nuestro habitus podemos
descifrar con mayor o menor posibilidad las cargas simbólicas de los discursos, objetos,
prácticas y personas, lo cual deriva en una comunicación estética que, ante los ojos de
quien produce la enunciación, puede no ser la correcta o puede resignificarse. Por eso
mismo se debe atender a la forma en que son percibidas las mercancías y cuestionarnos
¿qué tan adecuada es la comunicación desplegada entre turista y artefacto?, así como ¿qué
tan profundo cala en el productor, como el indígena, la idea a veces no tan visible de la
transición de artesanía a mercancía? Lo que sí es seguro es que al extenderse la política
patrimonial del cuidado de cultura material a los usos sociales que relacionen esos
artefactos e implicaciones con las necesidades contemporáneas de las masas, ha otorgado
un lugar privilegiado a la lógica del beneficio utilitarista, la cual está trasformando el
habitus tanto del indígena como del no-indígena, provocando una pérdida de sensibilidad
estética al relegarse el contenido simbólico a un plano casi inexistente y, por ende, las
disposiciones que lo conforman, es decir, las prácticas y representaciones, también cambian
bajo esta lógica.
Autores como Sarah Bak-Geller y Raúl Matta, habla del problema que conlleva juntar
múltiples visiones bajo una misma visión, pues reduce todos los elementos culturales,
sociales e individuales que componen a una Nación hasta incluso llegar a invisibilizar
problemáticas que debieron y deben ser abordadas. Por eso la insistencia en posar la mirada
sobre la apropiación subjetiva, pues para muchas comunidades e individuos, que no
comparte los mismos códigos culturales, etiquetarlos a todos bajo un concepto de control
empleado por los sectores dominantes, realmente puede generar extrañamiento o incluso un
alejamiento de lo que debería ser familiar para él o ellos, hecho que distancia el deseo de
reconocimiento, legitimidad y participación a un punto que no se puede asumir que
represente a toda una nación. Es verdad que la cultura puede ser muy lucrativa y que puede
remitir a elementos de distinción propios de una parte de esas culturas, pero precisamente
ahí radica su problema, pues son muchas culturas la que le componen y ahí emergen las
tensiones que muchas veces es igual de generalizado como su familiaridad.
En los últimos años se ha evidenciado fuertemente la injerencia del Mercado en la industria
cultural, una injerencia que corresponde a la lógica del beneficio del utilitarismo
anteriormente mencionada y que ha sido criticada por matar progresivamente el arte y lo
esencial para el ser humano. De acuerdo con esta lógica, todo aquello que genera lucro es lo
que sirve, por ende la producción cultural que no genera lucro muchas veces tiene un nulo
valor simbólico para quienes no comparten el código cultural, y quienes logran discernir
dicho valor se han visto envueltas en una transformación del habitus que los van volviendo
insensibles ante aquello con lo que podían establecer una comunicación estética más
profunda y significativa. Esto es reflejo del hecho de que cada vez más es evidente la
aplicación de fórmulas de mercadeo en la creación y re-presentación cultural, cada vez más
es notable el deseo de producir cultura “para generar plata” en lugar de buscar algo que
realmente sea útil para el espíritu humano. Cada vez más las artesanías son objetos
desprovistos de su valor originario, cada vez más adquieren características, rasgos retóricos
y significados ajenos a las comunidades indígenas gracias a los elementos estéticos
provenientes de afuera que en su afán de generar familiaridad se encierran en las mismas
fórmulas y, finalmente se distancian del propósito artístico que en un principio lo elevó.
Como bien menciona Oliveira, mucha de la producción indígena se encuentra cargada de
alto valor semántico y simbólico, la forma como ellos se relacionan con las prácticas,
objetos y saberes es muy diferente a la manera como las sociedades de principal herencia
europea se relacionan con esos mismos productos. La apropiación que se da ante lo que se
tiene enfrente está determinada por el habitus que comparte el individuo según el grupo al
que pertenece y que se moldea gracias a la educación y la tradición, entre muchos otros; es
así como los indígenas pueden desplegar elementos rituales, religiosos, ontológicos, en su
comunicación estética y ello influye en la manera como se comportan y como perciben y
relacionan con el mundo. Hoy muchos de estos grupos no pueden escapar del dominio
técnico y tecnológico de las grandes urbes, se les ha dejado como opción desaparecer en
forma de asimilación cultural, o resignificarse bajo las condiciones de una asimilación
cultural no tan agresiva pero siempre presente. Sin embargo, Oscar Calavia menciona que
“nada impide que el arte destinado a un público nuevo alcance un tipo nuevo de
autenticidad, una calidad, una diversidad y una tensión creativa superiores a los que tuvo el
arte auténtico de otros días”, por eso se realiza el llamado para cuestionar las maneras como
se agencia y se apropia la cultura teniendo en cuenta las graves implicaciones que podría
conllevar, pues de todas formas en la apropiación se despliega una comunicación estética,
pero depende de los gestores culturales, de los académicos y del mismo Estado poder
esclarecerla y así poder transmitir y conservar los valores que intentan salvaguardar las
comunidades indígenas pero que no tienen el poder para hacerlo. Pero también se deben
tener en cuenta y valorar estas nuevas re-significaciones que se dan tanto en indígenas
como en individuos no-indígenas, para su estudio como parte de los fenómenos sociales
actuales en respuesta a un mundo globalizado y consumista.
Moldeado con arcilla © Depositphotos.com
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