Didi-Huberman establece una distinción entre el conocimiento del síntoma y la experiencia del síntoma como forma de explicar la dialéctica que implica el tiempo sobre el historiador. De acuerdo con este autor, existen dos ritmos del tiempo que ejercen su presencia en forma de fuerzas dinámicas en un mismo plano de manera superpuesta que finalmente el historiador, como si fuera un sismógrafo, es capaz de receptar en forma de síntomas, que no son más que los hechos y saberes a los que decide exponerse. Estos ritmos se pueden diferenciar en pequeña y gran escala, en lo anecdótico y lo general, en latencias y crisis. El historiador es alguien especialmente sensible ante los hechos y saberes que han moldeado la Historia. Estos hechos, en ocasiones, no se manifiestan de manera explícita ni directa, pero que de igual forma el historiador es capaz de identificar como síntomas que le permiten reconocer las ondas que de allí provienen; es entonces cuando se llega a hablar de latencias, que muchas veces son observadas desde una modesta distancia. Estos síntomas le alimentan y muchas veces se canalizan hacia el exterior en forma de saber que se enseña. Sin embargo, en ocasiones las ondas pueden ser muy fuertes como para ser resistidas, se produce una reacción corporal que termina en crisis, en la devastación de la razón. Son, entonces, las latencias y las crisis las esencias de cada polo de la dialéctica, el tiempo fluye a través de este juego y es, en la oscilación, en donde se producen las ondas que finalmente el historiador percibe. Acá es cuando entra en escena el “conocimiento del síntoma” y la “experiencia del síntoma”: la primera surge cuando el historiador se enfrenta ante el saber latente y disperso, se caracteriza por manejar una prudencia respecto a las ondas y busca conocer dicho saber, lo inscribe y, finalmente, formula en base a ello, gracias a la inteligencia organizada; la segunda surge cuando el historiador se expone de manera peligrosa a su oficio, que en exceso, cual extremo del espectro de la frónesis, puede terminar en un estado “demoníaco”, más instintivo que racional.
Una cosa es conocer el síntoma, su latente presencia como el estruendo sonoro que hace una represa en grietas que todavía no se rompe en catástrofe, y otra cosa es experimentar el síntoma, la crisis que desemboca en el historiador como si se encontrara al borde de dicha represa en el momento justo en que cede ante la presión del agua y termina en tragedia. Es aquí donde radica la distinción entre lo uno y lo otro, que Warburg, en cierta medida, ejemplifica en Jacob Burckhardt y Friedrich Nietzsche. Ambos personajes actúan como sismógrafos, como historiadores sensibles ante las ondas del recuerdo del tiempo pasado, poseen la capacidad de reconocer las latencias y las crisis que surgen en el tiempo histórico, y ambos se impregnan de ellas. Sin embargo, Warburg hace la distinción entre los dos, sitúa a Burckhardt en la virtud de la prudencia y a Nietzsche en su exceso respecto a la actitud que dichas disposiciones ejercen en ellos. El primero hace circular el saber dentro de sí, influye en su ser, lo vuelve visible y lo enseña, manejando cierta mesura que le permite mirar los rasgos de cada fenómeno histórico de larga duración que finalmente se llega a trasmitir; en cambio Nietzsche hace circular el saber dentro de sí, pero lo retiene e impregna su ser, se expone ante la ardiente naturaleza que se revela a medida que se compromete más en la patología, como bien Didi-Huberman exponía desde un principio, entrelaza cada uno de los puntos aislados que componen el tiempo histórico hasta saturarse, posa su atención también en el tiempo personal y el saber, que ha llegado a conocer como lo llegó a hacer Burckhardt, se convierte en experiencia que lo fragmenta, lo contrapone, lo divide y pone en cuestión su organización intelectual, hasta que finalmente se rompe, hecho que Warburg expone como uno de los riesgos del oficio de ser historiador.
El oficio de ser historiador plantea el desarrollo de una sensibilidad que permite distinguir entre las latencias y crisis de la sintomatología del tiempo, se debe estar atento ante estos síntomas porque pueden indicar la presencia de una patología, síntomas que con frecuencia no se manifiestan de manera directa y que el historiador tiene el deber de hacerlas legibles a los ojos de los que no logran percibirlas, deber que es posible gracias al conocimiento que el historiador produce a partir del síntoma. Sin embargo, al comportarse el tiempo de esta forma, es decir, como una dialéctica entre corta y larga duración, entre tiempo personal e impersonal, entre organización e “instinto”, entre lo apolíneo y lo dionisíaco, el historiador corre el riesgo de compenetrarse en exceso con estos síntomas y el saber que ha llegado a conocer se convierte en la experiencia misma para él, un peligro que amenaza su propia consciencia plena, su propia cordura. La distinción no es más que la proxémica que maneja cada polo, uno se mantiene a la distancia y el otro se deja alcanzar.
Bibliografía:
- Didi-Huberman, G. (2009). La imagen superviviente: historia del arte y tiempo de los fantasmas según Aby Warburg. Abada.

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