De acuerdo a Giorgio Agamben, lo contemporáneo se puede entender como un estado en el que un individuo percibe, respecto a su tiempo o época, las latencias, aquello oculto o apenas perceptible, pero que de alguna forma puede irrumpir para bien o para mal. Es el caso, se puede decir, de aquellos artistas que ven problemáticas o los alcances de éstas en donde el común no suele siquiera concebirlo o percibirlo. En ese sentido, es plausible considerar que la contemporaneidad, en parte, depende del cultivo de la sensibilidad estética que tengan los individuos, ya que es gracias a esa sensibilidad que el individuo puede discernir a la luz de su actualidad aquello que, en palabras de Agamben, se puede considerar como un mal o un inconveniente.
Las sensibilidades actuales se encuentran saturadas por el consumismo, la globalización y la nueva era digital. No es algo realmente nuevo, pues en parte se puede relacionar con lo que decía Úrsula Le Guin sobre las historias que han exaltado cierta parte de la naturaleza humana por medio del morbo, la acción o la violencia, no solo desde la antigüedad sino hasta hoy día. Por eso ella propone contar otra historia, una historia en la que se exalte la vida y los recipientes que de alguna forma transportan cultura en forma de conocimiento y sensorialidad. Esto se puede relacionar también con las ideas de Nuccio Ordine acerca de la utilidad de lo inútil, que hace referencia a cómo se le ha otorgado valor al utilitarismo que busca el lucro, en lugar de cultivar las sensibilidades que de cierta forma nos hace ser humanos.
Hito Steyerl plantea una distinción entre contemplación y distracción en su postura matizada sobre las imágenes pobres, siendo ambos estados una forma de abstracción estética cuya comunicación puede ser más efectiva o deformada según el caso. El problema de la digitalización, la reproducción masiva de imágenes pobres y el desenfrenado consumismo es que bombardea al cerebro con información basura que indudablemente va estructurando la sensibilidad individual, haciendo que las personas pierdan su capacidad de concentración y que las sensorialidades a su vez se reduzcan hasta perder la capacidad de contemplación, un estado necesario no solo para el sentir, sino también para la reflexión. En términos semióticos, ante la gran cantidad y frecuencia con la que el individuo se impregna de signos, termina es produciendo una saturación estética, una hiperestesia, que termina siendo una anestesia para la sensibilidad. A medida que se consumen videos e imágenes de forma masiva e indiscriminada con el fin de entretener, se está cultivando una sensibilidad adormecida y utilitarista, que ve en las superficialidades, en lo inmediato, en lo productivo, como aquello con verdadero valor.
Joseph Beuys ya había planteado una revalorización con el concepto de arte social, en el cual las obras no solo deben buscar liberarse de cualquier intención económica, ya que induce a su pérdida de autonomía, sino que deben buscar promover la producción de capital creativo. Incluso, este concepto plantea algo que autores como Michel Mellot y Marguerite Yourcenar referencian en el arte oriental, en el que la vida muchas veces se funde con el arte. Esta fusión se interpreta como una comunicación estética que es capaz de traspasar desde la realidad hacia el mundo irreal y, desde allí, se logra retornar aquellos elementos metafísicos del más allá (de la mente), tal como la presencia (psiqué), pero se debe recordar que la experiencia estética depende más que todo de los códigos culturales que la construyen a lo largo del tiempo, así como de los procesos inconscientes que subyacen en ella. Por su parte Mellot indica que la fusión de la vida en la imagen “está en el corazón de la pintura china, en la cual la imagen brota del gesto (aquello esencial, espontáneo e instintivo) como una prolongación del cuerpo, de la respiración y de su reducción al silencio”.
Melot habla sobre la saturación, la inmediatez y el consumo desmedido de imágenes, al punto que plantea de forma implícita aquello platónico que desviste a la imagen y la condena a no representar. Eso es posible hoy en día, pues como indica este autor, en el vasto océano de imágenes se produce una pérdida de sensibilidad estética, los procesos abstractos se reemplazan por los procesos que atañen a la inmediatez y son tan pasajeros que no dejan huella en el individuo. Los posibles mensajes o significados de las imágenes se pierden en función de llenarse de información en lugar de contemplarla.
Por eso el concepto de arte social adquiere relevancia, pues siguiendo el pensamiento de Melot, es posible evidenciar el anhelo de Beuys por hacer un arte que dé acceso a una realidad común por medio del cultivo de la sensibilidad estética que implica la exposición visual, la relación con el espacio y los materiales, así como el uso del lenguaje que configura el yo consciente, es decir, la relación mental y sensorial de los espectadores que se hallan frente a estas obras.
Es aquí cuando se hace importante un concepto como el de catarsis para la adquisición o el fortalecimiento de la sensibilidad, siendo ésta interpretada como una purificación del alma. Cabe recordar que la catarsis tiene una estrecha relación con el teatro y las tragedias griegas, en las cuales se muestran acciones y personajes en los que el espectador puede encontrar cierta identificación, pero la purificación se alcanza es gracias a que la apariencia apolínea (que representa la pasiones dionisiacas), por medio de la música, puede conectar al individuo más allá de lo que está observando, puede hacerlo sentir esos pathos que luego lo harán evitar caer en esas acciones representadas. Es decir, las obras de arte tienen la capacidad de generar catarsis no sólo por su conceptualización, sino también por su dimensión estética; pueden despertar tensiones patéticas que permite a los individuos vivenciar esas experiencias y sentir el poder destructivo de Dionisos, el devenir, las fracturas del tiempo, así como despertar en ellos afectos y reflexiones; ello depende del montaje simbólico, del habitus, de la subjetividad y de las orientaciones afectivas que dominan al individuo, que más que verse identificado, lo que hace la imagen o la obra es precisamente romper el dinamograma y despertar emociones.
La sensibilidad estética no sólo es un factor importante para ser contemporáneo e interpelar el propio tiempo en comunicación con otros, también lo es para la apreciación artística, para la reconfiguración de valores, así como para desarrollar empatía. Esto último permite no sólo la abstracción que nos conduce a ponernos en la piel, en la sensibilidad del otro, sino que también posibilita entender otros individuos y otros grupos sociales, así como sus ideas, percepciones, condicionamientos, sufrimientos; su otredad. Por eso el cultivo de la sensibilidad estética es importante para la sociedad, pues permite que las personas del común, al ser más sensibles a rasgos retóricos, se sientan más involucrados con los procesos sensibles del ser humano y que desde allí se construya una familiaridad que sustituya al extrañamiento que muchas veces conduce a la intolerancia, haciendo que los individuos se sientan motivados a interpelar problemáticas sociales.
Gracias a la sensibilidad estética es posible encontrar valor en otras culturas, en otras formas de ser y de pensar. Por eso el arte contemporáneo busca de alguna forma hacer visible lo que se encuentra oculto, pues es una forma de apelar a nuevas sensibilidades. Apelar a la tolerancia étnica, por ejemplo, por medio del discurso, en ocasiones puede encontrar más dificultades propias del ejercicio de la razón que hacerlo por medio de la sensibilidad estética, en la que los procesos sensoriales escapan de la cognición; es tarea del artista y su obra hacer ver lo oculto de esta problemática, pero no como algo explícito que indica qué está mal (el racismo o la xenofobia), sino haciendo uso de una suerte de “catarsis” que haga trasladar por medio de la abstracción a los individuos a un estado de vulnerabilidad ante lo que la obra intenta representar (quienes sienten/sufren de racismo o xenofobia). Como tal, los rasgos retóricos de una obra de arte tienen la capacidad de establecer una comunicación sensorial que puede reforzar lo que cognitivamente se conoce, afectando en última instancia la afectividad y emotividad de los individuos, haciéndolos más empáticos.
Actualmente es posible evidenciar que en las sociedades y en los individuos, sin caer en generalización, se presenta una enorme falta de sensibilidad estética. En realidad, son varios los problemas actuales en relación a este concepto. Para empezar, existen estudios que indican que hay cierta responsabilidad en el discurso eclesiástico, así como en las disposiciones religiosas, en la creencia en el más allá y en la experiencia de lo numinoso que termina afectando no solo el pensar, sino también la sensibilidad de las personas. Es decir, las personas con creencias religiosas suelen experimentar estados estéticos productos de su relación con Dios y con los rituales que hacen que se involucren en pensamiento y cuerpo, haciendo a su vez que se abstraigan y perciban sensorialmente el sentido casi que autónomo, como energías, de lo que creen y sienten. Es esta dimensión simbólica la que carga de sentido y sensorialidad a los signos, estableciendo afectividades positivas o impositivas frente a los conceptos que se estructuran en torno a esa experiencia de vida. Esto hace que, en términos de sensibilidad estética, estén más predispuestos a sentirse ajenos, indiferentes, condenatorios, des-familiarizados o a disgusto con otras experiencias, con otras formas de ser y otras formas de pensamiento. La creencia en la eternidad juega un papel importante, pues toda esa experiencia numinosa o estética de carácter religioso hace que se sienta temor verdadero y bastante vivencial sobre el cielo o el infierno. En general las creencias religiosas inculcan que la salvación individual del alma del creyente involucra de forma casi que inherente una actitud evangelizadora, en la que la vida eterna y la palabra de Dios se idealizan hasta temer que desarrollos humanos como la democracia o la adquisición de derechos sean peligrosos para los planes divinos, para su experiencia vivencial sin la cual se derrumbarían. Todo esto se encuentra sustentado en múltiples estudios realizados en torno a las actitudes políticas de creyentes cristianos, especialmente protestantes, que se han tenido en Colombia y que autores como Mauricio Villegas sostienen que son la raíz de muchos de los problemas sociales en Colombia.
Es así como ideas tales como la legalización del consumo recreativo de la marihuana, así como el derecho al matrimonio igualitario por parte de personas homosexuales, se suelen rechazar no solo por la creencia directa en las escrituras, sino también porque se piensa que el no participar en política es dejarle la puerta abierta a esas actitudes que consideran aberrantes. El problema es cuando una sociedad democráticamente tiende a la liberalización, ya que hace que los creyentes y las personas de talante conservador consideren que la sociedad está lo suficientemente corrupta como para justificar que dicha democracia es ilegítima. Esta fue una de las razones que más resonaron en las guerras civiles del siglo XIX en Colombia, las cuales tenían especialmente un trasfondo religioso. Por ello, es importante el cultivo de la sensibilidad estética por medio de la escultura social, ya que se presenta como una forma de resistencia a aquellas sensibilidades heredadas del conservadurismo.
Otro problema en relación a la sensibilidad estética, es la falta de conocimiento teórico acerca del arte. En general las personas establecen comunicación estética con diferentes objetos, sean reales o virtuales, naturales o artificiales, sean cotidianos o artísticos, pero esta comunicación siempre será más completa y duradera cuando va de la mano de los códigos culturales. Por eso, el desconocimiento general sobre la conceptualización del arte ha hecho que la mera sensorialidad y la experiencia subjetiva, condicionadas al conocimiento que bien puede ser mucho o poco, les otorgue un mayor peso a las apariencias por encima de la idea contenida en la obra. Es decir, hoy día vemos a las personas con una baja sensibilidad hacia las obras de arte contemporáneas, en parte porque carecen de los códigos que les permitiría discernir el sentido de los signos contenidos en los rasgos retóricos.
No todo arte debe ser conceptual o tener realmente una idea, en parte también es legítima la vivencia pura de los rasgos retóricos. Sin embargo, esto tampoco se evidencia, ya que las personas al carecer de sensibilidad simplemente no logran establecer una correcta comunicación con esos rasgos, como decir que ven el color rojo en una pintura y ello no les genera nada, pues no le induce a nada, no hablan entre sí. La contemplación, la reflexión y la abstracción hacen que se vaya desarrollando una comunicación esencial, sensorial y humana con los colores, con los rasgos arquitectónicos, así como con los rasgos musicales.
Existe un gran problema de sensibilidad musical que tiene su raíz en la forma como el consumismo, la globalización y el utilitarismo han ido estructurando el acoplamiento mental entre el individuo y lo que percibe. Con la masificación del consumo se potenció la vida social, la asistencia a clubes, la compra de productos, así como se estrechó más la relación entre el entretenimiento, el arte y la publicidad. De esta forma los grandes empresarios de la música, así como productores y músicos encontraron estructuras compositivas que notaron que solían establecer una familiaridad con el oyente de manera más fluida que otras estructuras. Desde allí se dio una estandarización de la música y en parte se han venido reciclando elementos, formas musicales, patrones y demás rasgos que han hecho que la sensibilidad tienda a cerrarse en torno a esas fórmulas de mercadeo. Hoy día se evidencia a claridad con el reggaetón y el pop cuyas canciones muestran estructuras y momentos sumamente similares, precisamente jugando con la familiaridad y el gusto, no por la música, sino por el lucro. Esto ha hecho que las personas estén predispuestas a recibir con mucho gusto cuanto produce la industria musical, pero ha hecho que la plasticidad neuronal se aquiete, haciendo que la sensibilidad baje y se sientan ajenos ante propuestas viejas, presentes y nuevas. No es infrecuente encontrar que las personas que consumen de forma masiva ese tipo de música no autónoma son incapaces de establecer comunicación real y sensible con músicas como el jazz, la música clásica, el rock, el folk, etc. El cerebro ha perdido su capacidad de procesamiento semiótico y como tal los individuos presentan dificultades para abrazar nuevas sensibilidades.
Por ello, la solución siempre estará en la educación, pero también en la exposición a la música, al arte, a la literatura, al teatro. El ocultamiento de las fracturas del tiempo, así como de la otredad es algo de lo que el artista y el historiador se deben ocupar en tratar de hacer visible.
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