La reducción de lo visible se traduce como la minimización del uso de rasgos retóricos de una obra: reducir colores, formas, figuras, detalles, etc; una reducción de todo lo que es “concreto” hacia un estado más “abstracto”, es decir, su esencia no aparente o visible. Lo esencial de las cosas está fuera de nuestro entendimiento, sólo vemos lo aparente de ellas y es gracias al lenguaje que tienen forma en nuestro pensamiento. En otras palabras, reducir lo visible de una obra implica una búsqueda por lo esencial y no visible, para alcanzar eso esencial se debe librar del lenguaje, pues éste encierra, hace que las cosas esenciales se hagan concretas y entendibles. Lo que buscaban con la abstracción y con el arte moderno en general, es plasmar la esencia de las cosas, no las cosas como tal, y esa esencia se traduce en colores y formas que no tienen sentido, pues para llegar a lo esencial se debe entender que eso esencial existe sin necesidad del lenguaje y que es gracias a éste que se logran estructurar los rasgos retóricos de las cosas, es decir, las formas con sentido.
La reducción de lo visible se presenta como un descrédito de lo visual, pero también del lenguaje. Las palabras permiten discriminar los objetos y detalles que componen la realidad externa, funciona como un filtro que asigna un nombre y un pensamiento a lo que determina, puede ser más que eso y dar forma a todo un entramado simbólico que permite relacionar objetos con otros de la realidad. Esta construcción determina la manera en que nos relacionamos con obras artísticas, pero se subordina a lo aparente de las cosas y no a las cosas como cosas mismas. De esta forma el arte despliega comunicaciones que están sujetas al lenguaje y a todo lo que es tangible y visible, pero con la reducción de lo visible se intenta llegar a lo que no es visible y eso invisible no puede verse porque está por fuera del alcance de la palabra y el sentido. Lo invisible existe, pero no se rige por el lenguaje conocido, sino por la abstracción que permite entrar en intensos estados estéticos como para tener una aprehensión de la esencia de las cosas. Se vacía el sentido y se anula el lenguaje, pues así podremos estar expuestos a las cosas sin la mediación de un razonamiento que puede llegar a dejarse engañar por los sentidos; sin un razonamiento que pueda sujetarse de algún indicio concreto que remita a lo que nuestro conocimiento y nuestros sentidos han construido a lo largo de la historia, tratando de encerrar lo esencial precisamente para su comprensión y manipulación.
Se puede ver en relación a lo dionisiaco: el lenguaje da forma a lo informe y hace que no caigamos en estados instintivos y destructivos como los derivados por la exposición fuerte e intensa a una experiencia estética como la que suscita el encuentro con lo esencial, puro o “divino” del arte abstracto. Es por eso que Hernández Navarro comenta que con lo invisible del arte abstracto “[...] tiene que ver bastante la música, la más abstracta de las artes, que así mismo contribuye a la idea de la ‘visibilización de lo invisible’ y el intento de tocar directamente el alma por medio de un sentimiento no mediado por la percepción”; cabe recordar que Nietzsche consideraba a la música como el arte más dionisiaco de todos. El abstraccionismo se presenta así como un anti-forma, un anti-apolíneo, desea caer en Dionisos, no evitarlo, solo así se logrará hacer contacto con lo que implica el más allá de nuestra realidad inmediata.
Bibliografía:
Yasmina, Reza. Arte. ADELPHI., 2006.
Hernández-Navarro, Miguel Á. "El cero de las formas. El cuadrado negro y la reducción de lo visible." Imafronte 19-20 (2008): 119-140.
Nietzsche, Friedrich. El nacimiento de la tragedia o Grecia y el pesimismo, trad. A. Sánchez Pascual. México: Alianza, 1989: 41.

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