Para poder dilucidar las posibles interpretaciones que se le pueden dar a la frase “La plástica es un terror domesticado”, primero debemos definir cada una de las palabras y sus posibles connotaciones; “plástica”, según el Diccionario de la Real Academia Española, es una palabra que posee muchos significados, pero entre las acepciones que más se acoplan al propósito que nos atañe son las que indican como capacidad de ser modelado, que forma o da forma y el arte de plasmar. En este sentido, “plástica” se puede entender como aquella imagen física y sólida producto de la capacidad humana de representar lo que le rodea, por lo cual, en sus categorías conceptuales, podemos encontrar la efigie, la escultura, las máscaras, las figurillas; todo aquel artefacto que se desarrolla a partir de una técnica de creación y cuya existencia depende ontológicamente del ser humano. Con respecto a la palabra “terror”, el Diccionario de la Real Academia Española lo define como “miedo muy intenso”; el “terror” se puede entender entonces como el miedo o el desconcierto que genera en nosotros elementos que suponen cierto peligro para nuestra integridad, vida misma e incluso nuestro recuerdo. De acuerdo con el texto de Regis Debray, el terror se puede relacionar con aquello que sobrepasa nuestro entendimiento, es decir, la muerte, lo sobrenatural, lo invisible, lo perecedero, lo divino, lo mágico y la naturaleza misma. Por último, se debe definir la palabra “domesticado”, participio del verbo “domesticar”, que se puede entender, según el DRAE, como “acostumbrar a la vista” y “hacer tratable”, así como “moderar la aspereza de su carácter”; se puede interpretar como el acercamiento que hacemos hacia una cosa, fenómeno o ser cuya comprensión en un principio aparentaba cierta imposibilidad de ser vislumbrada.
Una vez teniendo claro en qué consisten los términos que componen la frase, se puede ahora encontrar un sentido entre las posibles interpretaciones con las que se puede entender la proposición. Cuando se manifiesta “La plástica es un terror domesticado” se puede comprender como la transformación que se produce del terror que nos sobrepasa a un terror que se sobrelleva gracias a la mediación de una imagen o artefacto, transformación que surge del deseo de darle finitud a lo infinito que representa lo sobrenatural, en especial la muerte, y de acercarlo para su comprensión. Se puede interpretar de esta forma debido a que la muerte, en un principio, se desprendía de un conjunto de categorías incomprensibles para el entendimiento humano y su inevitable conmoción en los demás individuos terminaba en un sentimiento de terror; la muerte del otro generaba miedo intenso en el individuo que lo presenciaba, veía en esa situación varios elementos que le hacían cuestionar sobre su propia existencia en el presente y sobre qué le deparará en el futuro cuando llegue a ese mismo estado que se interpreta como la nada misma. La putrefacción es un fenómeno que sensorialmente conmociona por lo inevitable que es, en general, para todos los humanos en su momento final. El olor es repugnante por naturaleza y en conjunto, con lo que implica la ausencia de aquel ser, toda esta situación lo único que genera es terror. De acuerdo con Debray, surge allí en esta circunstancia el impulso que materializa el deseo de hacer perdurar, sin presenciar el horror de la descomposición, la imagen del que está condenado a desaparecer o, incluso peor, de ser olvidado. De esta forma, el terror que genera la muerte, que muchas veces sobrepasa emocionalmente al individuo todavía con vida, se puede “hacer tratable”, se puede “moderar la aspereza” del carácter que posee ante los ojos de los demás que la presencian.
Al producir un artefacto o una imagen, se está plasmando, modelando y dando forma a aquello que está en peligro de desaparecer y que se está quedando sin forma como consecuencia de la putrefacción o del pasar del tiempo. El propósito de la imagen es hacer perdurar lo perecedero, de esta forma, con la efigie del representado, es decir, con la plástica, el terror que suscita lo sobrenatural de la muerte ya no genera como tal terror, puesto que el intenso miedo ya no es tan intenso realmente, se ha domesticado y ha permitido al ser humano no derrumbarse ni traumarse ante aquello que desconoce, lo que le permite “acostumbrar a la vista” lo que la muerte implica. Es por eso que la representación, como sustituto de lo que ya no está, es la supervivencia de la memoria compartida e individual y responde al deseo humano de perdurar, anhelo que se materializa en forma de artefactos y prácticas artísticas.
Lo sobrenatural de la muerte, la incertidumbre que gira en torno a lo que es la nada en sí, contiene en cierta medida aquello que es invisible al ser humano, por ende, la muerte es tan solo un aspecto de todo lo que está por fuera de nuestro entendimiento; los fenómenos naturales, que anteriormente se relacionaban con entes sobrenaturales como las deidades, implicaba también lo mágico, todas fuerzas que dominan al ser humano, también se relacionan con el terror que pueden suscitar en los individuos, ya que tanto una catástrofe como lo es la erupción de un volcán, así como la ira de un dios y la maldición a la que pueden caer las personas, son eventos que implican sufrimiento, daño e incluso muerte. Es por medio de la imagen que el ser humano logra “contener” a todas estas fuerzas e incluso las “domina” y, en su creencia, las hace actuar en su favor al sacar del plano de lo infinito e invisible aquellos elementos que ahora, en forma plástica, son finitos y visibles, por lo que se logra su domesticación; como dice Debray en el texto, hace que dependamos menos de esas fuerzas sobrenaturales. La imagen se convierte así en un medio entre nosotros y lo demás que se nos es incomprensible y que está fuera de nuestro alcance físico.
Como ejemplo de esta situación tenemos a la Gorgona, un ser que ha representado el terror de la muerte y lo sobrenatural al petrificar a quienes se atreven a mirarlas directamente a los ojos, tal como lo que generaba la muerte cuando el individuo vivo veía allí a la nada misma; la petrificación es una referencia a esa nada que genera terror en quien la mira, por ello cuando se materializa en forma plástica, es decir, en forma de máscara, ese ser, en cierta medida, se domestica, se trae a nuestro plano, lo visible, y se le solicita actuar en favor de uno, o al menos, con mayor consideración, al tiempo que logra un doble efecto en quien la mira de espanto y de gracia. La máscara actúa como artefacto que representa la ambigüedad de la vida entre lo sobrenatural y lo terrenal, así como entre otras dicotomías; difumina los límites entre uno y otro, acerca el terror a lo humano y lleva lo humano a la naturaleza, es su domesticación.
Cabeza de mármol de un hombre barbudo de una lápida - Grecia: 325 a.C
Bibliografía:
- Debray, R. (1998). Vida y muerte de la imagen. Barcelona: Paidós.
- Didi-Huberman, G. (2009). La imagen superviviente: historia del arte y tiempo de los fantasmas según Aby Warburg. Abada.
- Mandoki, K. (2019). Análisis paralelo en la poética y la prosaica: Un modelo de estética aplicada. AISTHESIS: Revista Chilena de Investigaciones Estéticas, (34), 15-32.
- Riosalido, S. Á. (2017). Una imagen surge de lo profundo. Carl Gustav Jung y Aby Warburg, un estudio comparativo. Forma: revista d'estudis comparatius. Art, literatura, pensament, (15), 9-25.
- Vernant, J. P. (2001). La muerte en los ojos: figuras del otro en la antigua Grecia. Gedisa.

Comentarios
Publicar un comentario