En este libro se pretende hacer un recorrido histórico por la vida y obra de Joseph
Pasqual Domingo Buix Lacasa, posteriormente conocido como Fray Domingo de
Petrés, primer arquitecto en llegar al virreinato de la Nueva Granada y que sería
autor de numerosas edificaciones por las cuales posteriormente sería recordado. El
texto se compone de una presentación inicial que da introducción al libro, después
le siguen tres capítulos a manera de ensayos, para finalmente hablar de sus obras
en y fuera de Santafé.
En la introducción se contextualiza mejor quién es Fray Domingo de Petrés, se
precisa que es oriundo de España, que nació en 1759, viajó a América en 1782 y
que murió en 1811. De entrada se afirma que sus obras fueron importantes
referentes para el pensamiento arquitectónico de la República, pues contribuyeron
en la transformación de los conceptos que hasta ese momento prevalecían en este
ámbito, cambiando lo que visual y estéticamente se percibía de las ciudades. En
esta presentación se pretende esclarecer un poco cómo era el ámbito en el que se
desenvolvió este personaje, por lo cual se hace relevante que se encontraba en
escena ideas propias de la Ilustración y del pensamiento neoclásico. Es esta
sección que se indica que el propósito del libro es crear un intercambio comunicativo
nutrido por el nuevo conocimiento expuesto en el texto entre los emisores, es decir,
entre las obras arquitectónicas, y los receptores o espectadores, con el fin de que se
fortalezca la sensibilidad estética y el sentido patrimonial que carga en su esencia;
busca cambiar la manera en que se perciben las obras de Fray Domingo de Petrés.
El primer capítulo se llama “Fray Domingo de Petrés, el capuchino que hizo de los
instrumentos de albañil su símbolo misionero al servicio de Dios y de los hombres
(1759-1811)”, en el cual se expone quiénes fueron sus ancestros así como se indica
también que se practicaba la albañilería por tradición familiar. El texto ahonda un
poco en el mundo de los gremios, los cuales eran grupos que se organizaban
alrededor de un oficio en específico en donde se aprendía sobre él y donde se
obtenía el derecho de ejercerlo. Según se indica en el escrito, el oficio de albañil y
de arquitecto no estaban tan diferenciados como podría pensarse, por lo cual
existieron intentos por distinguirlos, tal como el estatuto de 1768 que buscaba la
desaparición de los gremios.
Posteriormente se narra un poco sobre las movidas de Fray Domingo de Petrés, así
como se ponen en cuestión sus motivos para ingresar a la orden religiosa, en donde
toma fuerza la idea de que se trató de influencia familiar. Ingresa a la orden hacia
1778, toma el hábito de novicio hacia 1779 y hacia 1780 ya comienza a profesar .
Se describe un poco las formas de existencia que experimentaba el fray, pues su
orden le exigía austeridad, humildad, pobreza, obediencia, castidad y expiación. Se
plantea la idea de que su ingreso a la vida religiosa era resultado de las
pretensiones familiares por limpiar su sangre, pues Petrés llegó a ser tierra de
moros.
Se describe que su vida era laboriosa y ocupada por las tareas mismas del
convento, pese a ello, tuvo momentos para nutrir sus conocimientos sobre su oficio
y sobre la arquitectura gracias a la biblioteca a la cual tenía acceso.
Progresivamente va ejerciendo obras en otros conventos tomando como modelo un
poco de la sencillez de la arquitectura colonial de las construcciones de los pobres.
El texto especifica que Fray Domingo aplicaba una economía constructora en sus
intervenciones, basada en la reutilización de materiales. Este capítulo finalmente
hace un recorrido cronológico de los posibles conventos por donde pasó el monje en
base a lo que las fuentes describen.
El segundo capítulo se llama “Santafé en el siglo XVIII, aires de transformación”, en
el cual se narra que Santafé de Bogotá es elevada a corte virreinal en 1739, hecho
que influenciará en el rumbo que tomaría la ciudad, pues se empezaron a evidenciar
más y más intervenciones con la creación de de calles, de plazas, de nuevos
edificios, pero también de disposiciones como las actitudes y las percepciones de
los habitantes, que en últimas tiene incidencia en la transformación de costumbres.
En esta parte del libro se hace un contexto ya no de Fray Domingo, sino del territorio
al cual arribaría en el siglo XVIII, una ciudad que había sido asolada por terremotos,
incendios y otras calamidades. Se describe que las construcciones erigidas son
producto de la misma intervención popular, práctica que perdurará hasta el día de
hoy por la ausencia o imposibilidad del Estado; pese a esos obstáculos de la
existencia misma, fue un siglo en el que se receptaron muchas de las ideas nacidas
en la Ilustración europea, nuevas formas de concebir el mundo, nuevas formas de
construirlo, novedad que vivía de manera tensionante con tormentos como las
revoluciones, los regicidios e incluso las revueltas, especialmente por la situación
que en ese momento se vivía respecto a las poblaciones indígenas. Fue un siglo en
el que cambiaron las estéticas, las maneras en que el humano recepta su entorno,
cambiando su manera de relacionarse, su entendimiento y sus actitudes sobre esas
cosas circundantes. Todo eso estructura a la sociedad y la manera en que luce, la manera en que produce; la forma de concebir las edificaciones cambia,
transformando el panorama.
Estas transformaciones tuvieron germen en muchos sucesos externos al territorio de
la Nueva Granada, pero en este lugar también se experimentaron profundas
implicaciones sociales a raíz de la manera en que las ciudades se iban ocupando de
más y más personas. Aumentó la población mestiza y disminuyó la población
blanca, provocando una mestización de la ciudad. Esto provocó un aumento en el
control de las autoridades sobre la población, un aumento en la presencia de
quienes construían lo necesario para mantener a la ciudad fuera del peligro de una
revuelta, se crean puentes, relojes como símbolo de civilidad, fábricas para
armamento, centros educativos para el control comportamental, teatros necesarios
para la difusión moral, se abren bibliotecas, así como se crea un cementerio.
Edificaciones que no solo pretendían fortalecer el control que es inherente a ser
“culto”, sino que además simbolizaban la pretensión de avanzar, de alcanzar lo que
las ideas ilustradas habían demostrado en Europa.
El virreinato como ente de control comienza a prestar mayor atención en aspectos
básicos para el funcionamiento de una ciudad como la construcción de acueductos y
de servicios de agua como las pilas o fuentes. Se preocuparon por mejorar las vías
de acceso a la ciudad y por ello se invirtió en la creación de puentes. El autor de
este capítulo escribe que hay tres obras que fueron muy importantes para la ciudad
y que hacen parte de esa transformación: las obras de empedrado de 1759, el
mejoramiento de las condiciones de las calles con acciones como los enlozados y,
finalmente, los paseos públicos que se constituyó en la arborización de ciertos
lugares para el paso y reunión agradable de los habitantes, siendo esto una notable
influencia europea.
El tercer capítulo se titula “El primer arquitecto en la Nueva Granada y sus ideas
ilustradas” por Marcela Cuéllar, en el cual se realiza un contexto ya no de Fray
Domingo ni de la ciudad de Santafé, sino del conocimiento académico al cual pudo
estar expuesto el monje. La autora empieza su recorrido por el hecho de que la
creación de infraestructura recayó por mucho tiempo en los gremios de artesanos y
de maestros de obra, lugares desde los cuales el conocimiento era transmitido de
manera restringida, con muchas dificultades y especialmente entre familia, por ello
hacia 1777 se proclamó la instrucción general para los gremios que buscaba
regularlos, influyendo ello en su formación. Expone que anteriormente el oficio
artesanal ejercía conocimientos y prácticas propias de la arquitectura, de la
escultura, de la pintura y de la música. Un maestro de obra podía ser ayudado por
otras personas como los oficiales albañiles, los ensayadores, los carpinteros, los
picapedreros, los empajadores, talladores, cerrajeros y fontaneros. En este capítulo se hace referencia a que muchos de los avances o implicaciones que tuvo la
arquitectura eran gracias al aspecto militar que la recubrió, pues muchos de los
conocimientos propios de la creación de edificios eran propios a su vez de la
defensa, con infraestructura, de los poblamientos. Por ello muchas de las
academias, escuelas y centros de conocimiento eran de carácter militar, pues se
buscaba, a partir de las ideas nuevas de la ilustración y la expansión de la manera
de concebir el mundo, fortalecer las defensas de sus posesiones. Muchos de estos
ingenieros y arquitectos también llegaron a ejercer obras de carácter civil y religioso.
La autora ahonda un poco más en cuáles son las fuentes de las que bebía Fray
Domingo de Petrés (y otros arquitectos) para nutrir su conocimiento en el oficio, por
lo cual comienza haciendo un recorrido histórico que parte del mundo romano para
describir que con la llegada de la pólvora en los escenarios bélicos muchas de las
ideas de la antigüedad se verían posteriormente obsoletas, pero que sería con la
llegada de la imprenta que por fin el conocimiento sobre la edificación y la
fortificación se haría más profundo e innovador, las nuevas técnicas de defensa no
solo eran implementadas por su utilidad sino que traían la consecuencia de portar
nuevas estéticas. Se incrementa la cantidad de tratados, es decir, de conocimientos
sobre la arquitectura y es en el siglo XVIII en donde se logra evidenciar la
complejidad que alcanzó. La autora hace mención de nueve autores frecuentados
para la adquisición de conocimientos, pero también hace mención de otros nueve,
entre franceses y españoles, que se dedicaron especialmente a las edificaciones de
defensa y del arte militar.
Los tratados se convierten en la principal fuente, pues sus contenidos abordan
especialmente la geometría, la matemáticas y el cálculo necesarios para la buena
construcción. Servían de guías especializadas y de marco de referencia para las
decisiones que tomaban los arquitectos, pero la autora hace mención de algo
realmente importante: todos esos conocimientos se mezclaban con los
conocimientos empíricos y populares.
Es así como se hace una descripción detallada de algunas academias que
florecieron con la llegada de los borbones al poder, pues al parecer en Francia ya se
dominaban muchos de estos oficios. Muchas de estas academias enseñaban
matemáticas, geometría, aritmética, maquinaria, fortificación, construcción, así como
también eran centros de producción de tratados. Llama la atención la creación de la
Real Academia de las Tres Nobles Artes en 1759 por parte de Fernando IV, en el
cual se buscaba promover el aprendizaje de saberes en la pintura, en la escultura y
en la arquitectura, como una forma de transición entre el rústico método propio de
los gremios y sus talleres. Se buscaba no solo desarrollar la técnica, sino también la
intelectualidad.
Después, la autora centra su exposición en la forma en que se transmitía y vivía el
conocimiento en la Nueva Granada, por lo cual vuelve y hace relevante la influencia
de la Ilustración en los americanos, pues daría lugar a nuevos espacios de
formación y de convivencia con la ciencia. Menciona que estos cambios eran debido
al deseo de los gobernantes españoles en conocer mejor los territorios americanos,
para mejorar su control, pues con la ayuda de intelectuales sería más fácil poder
aprehender lo que socialmente y naturalmente era propio de estos territorios. Fue
así como surgieron los centros de formación institucionalizados, donde se enseñaba
técnica y ciencia. Es así como se abre la Academia de Matemáticas de Cartagena
de Indias en 1730.
Finalmente, la autora finaliza su capítulo adentrándose en la obra de Fray Domingo
de Petrés, del cual menciona que fue importante porque impulsó nuevos lenguajes
arquitectónicos que transformaron la imagen de la ciudad. Para ella el
Observatorio Astronómico y la Catedral Primada son culmen en la obra de Petrés,
pues lograrían adquirir simbólicamente la representación de lo nuevo, de lo que
vendría a marcar diferencia estética, conceptual e identitaria con lo colonial y
pasado. Sus obras dieron un nuevo aire a la ciudad, pues eran nuevos signos entre los muchos ya existentes, lo cual generó nuevas reinterpretaciones de la
ciudad.
Posterior a este capítulo el libro comienza a exponer en detalle un aproximado de
trece obras de Fray Domingo de Petrés en Bogotá y nueve por fuera de esta ciudad.
En estos segmentos es posible conocer que hay obras que se le atribuyen al monje
pero que no existe documentación para sostener esas afirmaciones o de las que
solo hay indicios , así como que muchas obras no fueron iniciadas por él sino que
se retomaban o se intentaban reparar o reconstruir , lo cual hace que en cada
una haya un recorrido cronológico en torno a determinada edificación. De entre
estas construcciones destaca la Catedral Primada de Colombia, la cual ya había
sido iniciada desde mucho antes de la llegada del capuchino, pero que sería
retomada por él, dando como resultado un edificio totalmente nuevo . Es en estos
segmentos en donde se ahonda en aspectos propios de la arquitectura, pues se
llegan a describir diferentes estilos o saberes que Petrés reflejó en sus obras, como
el uso de columnas dóricas, de columnas jónicas y de la sencillez.
La obra de Fray Domingo de Petrés es importante para el conocimiento de nuestra
arquitectura pues llegó a aportar elementos identitarios y estéticos que marcarían
diferencia con el pasado colonial dependiente de España, se presenciaron los usos
nuevos de elementos y rasgos arquitectónicos que antes no se habían visto, la
fuerte influencia del neoclasicismo sería evidente en sus obras, aunque
manteniendo la sobriedad, la diligencia y cuidado que reflejaba de su propia forma
de pensar y vivir la existencia al estar condicionado a su rol dentro de la comunidad
religiosa a la que pertenecía. El imaginario de una época, la transmisión, producción
y ambición de conocimiento, así como su propia vida influyeron su actuar en la
arquitectura. Sus aportes crean distancia con lo español, por lo menos así fue como
se percibió en el pensamiento posterior a él, por lo cual no sólo emergió lo nuevo
sino que también se pretendía ocultar lo viejo, aunque se debe rescatar que para los
autores del texto, Fray Domingo era bastante respetuoso con las obras, o lo que se
había adelantado, del pasado. Fue así como las obras de Petrés se asumieron
como símbolos propios de una nueva nación, como símbolos de progreso
independiente, como referentes de la existencia colectiva nacional.
Bibliografía:
- Romero, Zara Ruiz, Marcela Cuéllar, Hugo Delgadillo, Vicente León, Rodrigo
Mejía, Andrés Peñarete, María Clara Torres. Fray Domingo de Petrés–En el
nuevo Reino de Granada–. Bogotá: 2014.
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