En este escrito, el historiador mexicano Víctor Manuel González Esparza pretenderá
referirse a tres importantes aportes que han alimentado el “giro cultural” en la
historiografía de las últimas décadas con el propósito de modelar una agenda que
permita renovar los estudios de historia en México.
Para González Esparza, los estudios de historia en México poco se han visto
permeados por el “giro cultural”, el cual el autor considera como una de las
transformaciones del siglo XX que logró expandir los límites de la historia al emplear
conocimientos y métodos que son propios de otras ciencias humanas como la
antropología o la sociología. El origen de esta situación de precariedad que expone
el autor sobre la historiografía mexicana es explicado por varias razones: una de
ellas es el aferramiento que se ha presentado por parte de instituciones hacia las
mismas formas de hacer historia, situación que ha hecho que las nuevas posturas e
ideas sufran de una menor relevancia en la historiografía nacional; otra razón y que
el autor considera importante de señalar es la implicación que ha tenido la
microhistoria mexicana en las agendas de las carreras de historia en el país,
propiciando la fragmentación de la disciplina otorgándole un papel predominante a
la historia local frente a la historia centralista. De esta forma, el autor pone en relieve
tres aspectos que considera importantes para ser tenidos en cuenta a la hora de
hacer Nueva Historia Cultural, así como para lograr el pertinente acercamiento a
este giro que tanto hizo falta en los estudios de historia en México.
El primer aspecto a ser tenido en cuenta son los aportes académicos por parte de
Marc Bloch y Lucien Febvre sobre la forma de hacer historia. Ambos autores
llegaron a reconocer y cuestionar el papel que había jugado la historia proveniente
del siglo XIX, la cual consideraron como una herramienta de olvido y deformaciones,
que finalmente tuvo como consecuencia el surgimiento de dos grandes guerras que
marcaron la primera mitad del siglo XX, y que además la historia no lograba explicar
a cabalidad. De esta forma, ambos autores exponen los grande errores que la
historia tradicional, como memoria colectiva, había estado cometiendo y que deben
ser evitados: Se cuestionan el que se escriba de historia pasada sin abordar sus
implicaciones inmediatas en el presente, lo que puede dar a lugar a que ésta sea
inútil frente a situaciones emergentes; se critica la especulación histórica que
intentan legitimarse en grandes teorías, así como la historia parafraseada sin un
estudio profundo que intenta exponer los hechos tal como se supone que fueron, lo
que implica finalmente como consecuencia una mala interpretación del pasado que
deja sin explicación aspectos que son propios de otras ciencias sociales y que son
importantes para comprender la realidad histórica de los hechos estudiados; ambos
autores se preocupan por un pasado ideologizado producto de la política tradicional,
que puede derivar en una errónea toma de decisiones que finalmente pueden
afectar profundamente a una sociedad, y finalmente, realizaron una crítica a la
historia local por su falta de ambición para conocer realidades más amplias, hecho
que González Esparza evidencia aún con mucha prominencia en los estudios
históricos mexicanos. El autor afirma, de esta forma, que la vulgarización de los
estudios de estos dos historiadores pudo contribuir a la poca permeabilidad que han
tenido sobre la historiografía en México.
De ahí surge la necesidad de ver el “giro cultural”, que emerge en la segunda mitad
del siglo XX, como la posibilidad de renovar la forma de hacer historia, gracias a la
influencia del pensamiento de autores como Norbert Elias, Walter Benjamin, Mijail
Bajtin, Pierre Bourdieu y Michel Foucault, que puede traducirse como un
acercamiento a disciplinas como la filosofía, la antropología, la sociología, etc., que
permiten a la historia construir su material de forma más acertada y cercana a la
realidad.
El segundo aspecto a ser tenido en cuenta es la consideración de las obras de tres
autores, Walter Benjamin, Siegfried Kracauer y George Simmel, para comprender la
nueva historia del arte que emergió después del llamado “fin del arte”, consecuencia
de su reproductibilidad técnica y masiva, así como producto de la “gran división” del
arte que terminaría de diferenciarlo claramente de la artesanía. Esta división
abarcaría tanto la cultura como el arte, dividiendo cada uno de estos dos aspectos
en dos interpretaciones posibles: primero tenemos la cultura proveniente del mundo
ilustrado en el que las bellas artes harían parte de la “civilización”, perteneciente a la
alta cultura; luego tenemos la cultura proveniente del romanticismo, donde el arte se
diferenciaría de la artesanía, que podría entenderse como parte de la identidad
colectiva y como la baja cultura.
En Benjamin, se puede apreciar el comienzo del fin del arte cuando se sacrificó el
“aura del arte”, su “valor de culto”, por darle predominancia al “valor de exhibición”
en correspondencia a las nuevas disposiciones que estaban adoptando las masas
de una nueva clase social como sería la clase media emergente. Es a partir de allí
que se fractura esta gran división, al permitir el acercamiento entre baja y alta
cultura por parte de las masas, que daría lugar a reconocer que existen diversas
manifestaciones culturales ajenas al medio cultural donde se está inscrito, lo que a
su vez permite el acercamiento a nuevas posturas e ideas que antes habían sido
ignoradas. A partir de acá, González Esparza hace un recuento de la “vida” que tuvo
el arte desde la creación de su nuevo concepto en la época ilustrada con la “gran
división”, hasta su muerte en el posmodernismo; el autor comenta que el nuevo
concepto comenzó a esparcirse gracias a la ampliación de la clase media, lo que dio
lugar al surgimiento de nuevos espacios en donde se desarrollaban las actividades
artísticas, tales como los museos, que a su vez derivó en el surgimiento de nuevas
prácticas. Estos espacios resaltaron la división entre baja y alta cultura y dio a la
clase media la posibilidad de fluir entre ambas, pero especialmente la de poder
ascender socialmente y la de distinguirse de otros grupos. Esta posibilidad le brindó
camino abierto a estos nuevos sectores para moldear su propia identidad y la
división entre arte y artesanía se ejecutaría definitivamente. Surge una nueva actitud
estética en ámbitos como la música, donde la observación, el silencio y la
disposición atenta es enteramente dedicada al arte, en contraposición con la actitud
estética de la baja cultura en la que el individuo tomaba participación corporal activa
de las actividades artísticas, relegando la música misma a la mera ambientación
dándole prioridad a la danza o la socialización; esta nueva actitud, más reflexiva,
finalmente le brindó una autonomía que dio inicio al “ascenso de la estética frente a
la belleza”. El autor comenta que el concepto de “bello” comenzó a ser cuestionado
por otros conceptos propios de la estética y dio vía libre a valorar territorios antes
desconocidos para el Arte, y a su vez se sumó a la crítica que ya se hacía sobre el
Modernismo que finalmente desembocó en el posmodernismo y el fin del arte.
Esparza concluye que la “gran división” y este nuevo escenario necesitan tomarse
en cuenta para conocer la historia propia.
El tercer aspecto que aborda el autor y que debe tomarse en cuenta para la
renovación de los estudios de historia en México es la historiografía de la historia de
género. Para este autor, los cambios que ha sufrido la historia de las mujeres puede
ayudarnos a comprender los alcances que tiene la historia cultural. El acogimiento
del pensamiento de autores pertenecientes a otras ciencias humanas a la historia ha
sido importante para ampliar sus alcances, pero es Michel Foucault el que toma una
mayor relevancia en la historia de género. El autor realiza un recorrido histórico que
empieza en la escuela de los Annales y en la historiografía marxista; uno de los
primeros trabajos es la crítica a la visión simplista de que las mujeres son inferiores
por naturaleza a los hombres, lo que dio lugar a que empezara una producción más
frecuente respecto a la cultura de la mujer y que con el “giro cultural” se pasaría en
su lugar a hablar de historia de género. Destaca la obra de Mary Bear y de Joan W.
Scott, en donde la oposición entre sexo y género es superada cuando se plantea la
idea de que el cuerpo es una construcción social y cultural, se determina una
distinción entre el ser biológico y el proyecto mujer. El autor concluye que esta
historia de género debe entenderse como un constructo cultural que amplía los
alcances de la historia tradicional al cuestionar las fuentes, metodologías y teorías
empleadas por la historia androcentrista.
En conclusión, el autor muestra su preocupación por la prevalencia de la historia
local o microhistoria mexicana como forma de hacer historia y el desdén que existe
hacia otras alternativas, métodos e ideas. Es por ello que en este capítulo se
propone a enunciar los diferentes autores y las principales ideas que han permeado
la nueva historia cultural, en el que la interdisciplinariedad y los nuevos conceptos
sobre cultura y arte son lo que toma la batuta, son lo que ha permitido expandir los
alcances que tiene la historia y lo que le proporciona nuevas miradas y nuevas
voces a las investigaciones; estos elementos propios del “giro cultural” son los que
se deben tener en consideración para lograr definitivamente la renovación de los
estudios históricos en México y en donde se sigan prevaleciendo las formas
tradicionales de hacer historia.
Bibliografía:
González Esparza, V. M. (2013). " Dejando los restos del naufragio": Fragmentos
para una historia cultural. Argumentos (México, DF), 26(72), 219-237.
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