En este escrito, el historiador mexicano Martín Federico Ríos Saloma se propone exponer el desarrollo de las corrientes historiográficas en la segunda mitad del siglo XX y el surgimiento del giro lingüístico y del giro cultural.
Con un estilo más cercano al de un texto expositivo que uno argumentativo, Ríos Saloma recoge las principales causas, métodos, objetos de estudio y autores que dieron forma a estas diferentes corrientes historiográficas. Comienza su repaso por la historia de las mentalidades, donde expone que su surgimiento se debe al agotamiento sufrido por parte de la historia serial y la historia estructural. Estas dos corrientes previas a la de las mentalidades daban más prioridad a los aspectos políticos, económicos y sociales y las estructuras que conllevan, así como a los hechos mismos. Sin embargo, no ofrecía un panorama adecuado sobre las percepciones y reacciones de parte de los individuos, ni de los grupos, que tenían frente a los sucesos que les acontecían. Surge así esta nueva forma de hacer historia que pretende ampliar sus límites, por lo que ahora reposa su mirada en el estudio del lenguaje, de los mitos y leyendas, así como de la iconografía, y la implementación de la práctica de un método arqueológico y la interdisciplinariedad entre las distintas ciencias sociales, que tenían la intención de conocer mejor los cambios, continuidades, rupturas, creencias, sistemas de valores, adaptaciones y relaciones que tenían los individuos y los grupos en sí. Se vuelve importante el análisis de imágenes, discursos, sermones y textos literarios. Pese a ello, se advierte un conflicto entre los términos mentalidad (de carácter inconsciente) e ideología (ideas construidas adrede), así como una posible limitación en el alcance que abarca el término “mentalidad” que finalmente George Duby reemplazaría por el de imaginario, que abarca también objetos inmateriales. Se da lugar a la necesidad de adoptar nuevos conceptos que puedan abrazar las nuevas posturas posmodernistas.
Esta necesidad se materializa con el surgimiento de dos nuevas corrientes: el giro lingüístico y el giro cultural, a mediados del siglo XX.
En cuanto al giro lingüístico, el autor comenta que Lawrence Stone señalaba en 1979 que en la historiografía se estaba realizando una vuelta hacia las formas narrativas, en donde se le estaba otorgando mayor prioridad al individuo que a sus circunstancias, así como se vuelve relevante el discurso y el mensaje contenido en él. Esta corriente posa su mirada en la forma y circunstancias que rodeaban la construcción de un relato o texto histórico, puesto que allí se podían encontrar los cambios profundos que generaban los sucesos en el lenguaje mismo y en su forma de expresión. Este giro tiene la intención de desentrañar la posible verdad detrás de las interpretaciones que tuvieron las personas del pasado respecto a sus realidades. Sin embargo, por la intención de legitimar algo, estas percepciones pueden verse sujetas a condicionamientos institucionales, religiosos o culturales que agregan o disuelven memorias o ficciones, por lo que se vuelve importante definir y construir el contexto en que se produjo y aplicar una serie de métodos y análisis que permitan discernir mejor lo que en realidad pudo suceder. Estos métodos y análisis consisten en emplear estudios sobre teoría literaria y análisis discursivo, y emplear el método deconstruccionista, recursos que tienen su origen en las ideas de Jacques Derrida y Michel Foucault. De esta forma se logra ampliar el tipo de fuentes que se pueden emplear en una investigación, tales como los relatos de milagros, hagiografías, cuentos, leyendas y mitos, por lo que en consecuencia también se pueden abarcar nuevos temas. Esta corriente también se sujeta al hecho de que la historia se debe contar adecuadamente y por ello es importante el estilo con que se presentan los resultados de una investigación histórica.
Es llamativo el ejemplo que emplea el autor respecto a Gabrielle Spiegel y la forma en que reivindica el giro lingüístico como forma de interpretar a la producción historiográfica medieval, puesto que la historiadora toma en cuenta que en aquellos tiempos se optaba más por legitimar los objetivos que en contar las cosas como realmente fueron, por lo que sin este giro mucho de lo que se lee puede brindarnos una imagen poco real de lo que en realidad aconteció a quien produjo el texto. De esta forma, el giro lingüístico deja tres importantes aportes a la historiografía: la deconstrucción, herramientas teórico-metodológicas y la importancia de la narrativa dentro de la práctica, pese a ser una corriente inadecuada para abordar temas políticos y económicos.
El autor expone a Hayden White, Lawrence Stone, Michel de Certeau, Natalie Davis, Carlo Ginzburg y Peter Brown como historiadores que se acercaron al giro lingüístico en algunas de sus obras.
Con respecto al giro cultural, el autor hace mención de que aún entre historiadores se le daba una mayor importancia a la explicación y no a la forma de exponer los hechos, por lo que el giro lingüístico no logra permear ni convencer a todos los historiadores. Del mismo modo, Saloma comenta que se estaba aconteciendo la caída del Muro de Berlín, como síntoma de la crisis de la modernidad y de las transformaciones de carácter social, económico y político que se estaban presentando, por lo que se estimuló el surgimiento de esta nueva historia cultural o giro cultural. Los historiadores comenzaron a acercarse más a posturas posmodernistas que permitieron la colaboración de las diferentes maneras de escribir la historia, surgieron nuevos estudios sobre los productos culturales, así como se empezaron a acoger conceptos de la antropología cultural, tales como representación y símbolo, nuevas fórmulas de análisis, empleo de los aportes del posmarxismo, del giro lingüístico, de la historia de género, del análisis de imagen y una marcada interdisciplinariedad.
Este posmodernismo consistía en una crítica a los postulados que habían regido el pensamiento histórico, que en cierta forma habían limitado el alcance que tenía el estudio como forma de conocer los hechos y sus implicaciones materiales y mentales en los individuos y grupos. En el giro cultural este pensamiento va de la mano con la lingüística, la antropología y el posestructuralismo.
En el giro cultural, toma relevancia el estudio de las tradiciones, de la nación y sus implicaciones, de los símbolos, de la construcción de las identidades, de las historias y las formas de representación de estos elementos mencionados. Para lograr el correcto entendimiento de estos aspectos es importante estudiar adecuadamente las representaciones, cómo surgen y su forma de manifestar el pensar de los individuos, grupos o instituciones. Es así como el giro logra extender su alcance a más herramientas documentales, tales como la pintura, literatura, símbolos, nomenclaturas, monumentos, o cualquier manifestación cultural que tenga la posibilidad de transmitir de generación en generación estas representaciones, estrategias simbólicas que determinan las relaciones sociales y a su vez constituyen la identidad.
El autor se detiene un momento en el estudio de las tradiciones inventadas que realiza Eric Hobsbawm en The invention of the tradition, en donde se abordan los problemas que conllevan la intención de unir el pasado con el presente cuando el fin es un nuevo objetivo, como el caso de un nacionalismo. Se buscaba legitimar una identidad contemporánea con el fin de dar validación a una intención contemporánea en base a un pasado que incluso pudo encontrarse bastante distante de ese tiempo más reciente en el que se encuentran. Esto involucra de forma implícita una reconstrucción del pasado que, como se mencionó anteriormente, puede conllevar a cierta adhesión u omisión de informaciones pasadas reales o no, es decir, una selección del pasado. Es por ello que toma relevancia el estudio de todo tipo de tradición, ya que incluso en estas tradiciones inventadas se pueden encontrar las formas en que se relacionaban las personas de ese momento con su pasado. También toma importancia el estudio de todo símbolo producto de esta selección, tales como escudos, banderas, monumentos, etc.
Posteriormente aborda a Roger Chartier y su propuesta metodológica de realizar el estudio crítico de fuentes literarias, propósitos y formas de construcción de estas fuentes, así como de realizar el análisis de las prácticas que se llevan a cabo de forma variada en los bienes simbólicos y cómo ello produce nuevas significaciones diferenciadas en la sociedad. Saloma comenta que Chartier considera importante la forma en que se expone el texto, esto es en sus herramientas persuasivas (retórica) y demostrativas (cómo se narra), así como las circunstancias que rodean el texto mismo que se ha de interpretar, tales como la lectura, el lugar, los lectores, los momentos de lectura y qué interpretaban.
Este giro permitió abordar temas más complejos y profundos tales como la historia de la nación, la historia colectiva y la memoria, tanto colectiva como individual. Esto se evidenció en La memoria colectiva de Hobsbawn, en donde se analizan las condiciones para que un hecho histórico sea considerado como tal, así como las formas en que este hecho queda inmortalizado y la concepción que se desarrolla sobre ello. Hobsbawm define la diferencia entre historia colectiva, siendo esta una historia impuesta y seleccionada sujeta a disposiciones ya dadas que persiguen un objetivo específico, y la memoria colectiva, siendo esta otra la que habita en las memorias de los hombres en una forma tradicional y que en sí ya se encuentra interiorizada. Este autor que menciona Saloma también recalca la importancia que tiene el tiempo, como construcción social, y el espacio, como “medio material”, siendo este muy importante porque proporciona las imágenes del recuerdo. El espacio y la relación que tienen los grupos sociales con él proporciona el material para sobrevivir, así como proporciona el lugar en el que reposarán los muertos, un lugar de comunicación con lo sagrado y un lugar de vivienda y producción.
Pierre Nora menciona los espacios y representaciones como lugares de memoria que poseen una dimensión múltiple: una dimensión historiográfica, como lugar de memoria que construye la historia; una dimensión etnográfica, como lugar de memoria que posee tradiciones; una dimensión psicológica, como lugar de memoria que se encarga de adecuar lo individual en lo colectivo, así como de las manifestaciones e imaginarios colectivos, y una dimensión política, como lugar de memoria en el que se definen las identidades. Según Nora, la memoria se transmite por tres canales: la lengua, la educación y las instituciones. Estas dimensiones y canales permiten visualizar mejor la forma en que el giro cultural se emplea para el estudio de las relaciones, imaginarios y actitudes, puesto que se ha expandido el material de trabajo del que dispone el historiador para realizar su investigación; cualquier objeto, medio, práctica, son manifestaciones culturales del ser humano en el que se han plasmado concepciones que han sido estructuradas por la misma sociedad estructurante que es a su vez estructurada por el habitus que ha permanecido por generaciones, sea transmitida por la lengua, la educación o las instituciones.
En resumen, el giro cultural toma aportes de numerosas corrientes historiográficas que permiten dar mayor perspectiva sobre el tema analizado, se hace necesario el acompañamiento de otras ciencias sociales, así como se sigue dando importancia al análisis de imágenes y a la correcta interpretación de las fuentes, al método deconstructivista y la presentación de los resultados teniendo siempre presente que el historiador debe narrar estas historias. El giro busca desentrañar las prácticas, estructuras y significados en las representaciones que dan sentido al mundo que rodea al individuo.
Finalmente, el autor comenta que en la primera década del siglo XXI la historiografía ha evidencia una renovación en las teorías, métodos y temáticas, así como un regreso a las fuentes documentales, se ha dado una mayor importancia a la interpretación adecuada del pasado y a la forma en que se presentan los resultados.
En conclusión, y en línea con lo que concluye Ríos Saloma, de las limitaciones que tenía la historia serial y estructuralista surgen nuevos métodos de interpretación y construcción de la historia, del cual sobresale una especial atención por las mentalidades y la forma en que se interpretaba la realidad. Sin embargo esta corriente arrastraba todavía el peso de la modernidad y por ello se vio la necesidad del surgimiento de dos nuevas formas de abordar la historia: el giro hermenéutico y la historia cultural; el primero hace un llamado a la deconstrucción y al análisis discursivo del escrito como texto poseedor de relaciones, imaginarios y significaciones, así como clama por una adecuada presentación de los sucesos; el segundo surge con la intención de abordar su estudio de manera más extensa, gracias a la conjunción de diferentes corrientes -como el giro lingüístico- y pensamientos, a toda manifestación cultural que haya producido el hombre o la sociedad y las implicaciones que tienen en las dimensiones que envuelven al ser humano, así como en los significados que contienen en sí. Mi reflexión al respecto es que gracias al desarrollo de estas corrientes se ha ampliado el material de trabajo del historiador, es decir, las fuentes a las que puede recurrir, así como se han expandido los alcances interpretativos que se puede dar a las distintas manifestaciones culturales gracias a la aplicación de diferentes métodos de análisis, pero sosteniéndose en una base coherentemente cohesionada que nos acerca más y de una mejor forma al pasado.
Bibliografía:
Ríos, M. F. (2009). De la historia de las mentalidades a
la historia cultural. Estudios de historia
moderna y contemporánea de México, (37). p. 97-137.
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